EL JINETE DE BRONCE
Traducción, estudio preliminar y notas de
Eduardo Alonso Luengo. Edición bilingüe.
1ª edición: 2001. 2ª edición: 2005.
101 pp. Rusia.
PUSHKIN, Alexandr
poesía Hiperión, 387
ISBN:84-7517-673-9 / 978-84-7517-673-4
Precio: 8 €
En 1833, Alexandr Pushkin concluyó una de las obras fundamentales de su breve pero deslumbrante biografía artística. El jinete de bronce es un poema narrativo de extensión media: 481 versos, que aunque parte de un hecho real --la inundación que asoló San Petersburgo en 1824-- construye a partir de la perspectiva particular de Eugenio, un pobre funcionario que pierde a su novia en la riada, una peculiar epifanía, donde el personaje, enloquecido de dolor, se enfrenta a la estatua del zar Pedro, que se eleva triunfal como la estatua ecuestre de Marco Aurelio sobre un inmenso pedestal de roca a las orillas del Neva.
El poema progresa desde la violencia extrema de la tormenta a la angustia interior del personaje y hacia un ambiente cada vez más oscuro, con una plasticidad, ritmo y sucesión de imagenes abrumadores.
Un poema que raya la perfección y que forma parte de una obra que en su conjunto se considera que funda la literatura rusa moderna y que por otro, da origen a una brillantísima estirpe de poetas petersburgueses entre los que se encuentran Mandelstam, Ajmatova, Brodsky...
Este poema inspiraría al mismo Dostoievski cuando su Adolescente reflexiona acerca de San Petersburgo: "Si de igual modo que se remonta esa niebla y se va arriba, ¿no se irá con ella también toda esa podrida, enfangada ciudad, no se elevará con la bruma y desaparecerá como niebla, y quedará en lugar suyo el antiguo pantano finés, y en su centro, para ornato, el jinete de bronce sobre su resollante corcel?".
Extracto:
(...) Rodeando el pedestal del monumento
se acerca el pobre loco, y la mirada
clava en la faz del Zar de medio mundo.
Con el pecho turbado y oprimido
posa en la helada verja la cabeza.
Se le nubla la vista y una llama
le corre por las venas, y la sangre
le empieza a hervir. Se le ensombrece el gesto
ante el soberbio monstruo, le rechinan
los dientes y las manos se le crispan
cuando poseo por obscura fuerza
le susurra con rabia estremecida:
"¡Espérate, arquitecto de milagros!
¡Ya verás!..." y se escapa a la carrera
creyendo que el terrible zar, ardiendo
en ira, la cabeza había girado... (...)
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