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miércoles, 22 de agosto de 2007

El hombre y la bestia ¿su homólogo?

Las bestias
Ronaldo Menéndez
Lengua de Trapo, 2006
144 páginas, 15.21 €





Dicho así uno podría pensar que se trata de un documental de animales, y en parte lo es, en esa parte en la que nuestra propia existencia tiene algo de documental de animales (nos enfrentamos, sentimos miedo ante el peligro y podemos sobreponernos con el ataque) pero no, se trata de el nombre que le pongo a esta reseña de la última novela de Ronaldo Menéndez (La Habana 1970) titulada y no sin razón; “Las Bestias”.
De ella y de su género “negro” (existe una trama criminal, existe Cuba) se ha dicho que recuerda al lenguaje cinematográfico. Se ha hablado de Tarantino, y es cierto que el ritmo de la novela es trepidante, que la aparición de la trama In media res (Un apocado y triste profesor de filosofía que descuelga el teléfono para escuchar conversaciones cruzadas asiste a la planificación por parte de dos sujetos desconocidos de su propio asesinato) coloca al lector desde la primera página dentro del tejido celular, sangrante y oscuro de esa acción directa que caracteriza a algunas películas.
Pero hay más. Sabemos que hay más:
Está el hambre, un hambre que es de un pueblo, Cuba, “que manda a sus vástagos avituallados” para pescar con caña gatos desde los tejados. Una Cuba que en ningún momento es nombrada (que juega al dominó en sus esquinas) para que ese hambre trascienda y se generalice como el hambre de todos los pueblos oprimidos, y en último caso sea el Hambre, con mayúscula, de un hombre, nuestro profesor, Claudio Cañizares, que es también símbolo del estado, que acabará, desde su primera y primitiva ingenuidad, convertido en opresor en “El arma humana en dos patas”.
Un Hambre filosófica e existencial, el Hambre de un Hombre (nuestro profesor de Filosofía, Claudio Cañizares, “anodino pajero y solitario”) que pretende vorazmente acometer una tesis doctoral de la Oscuridad, también con mayúscula, y que lo que consigue (empujado por sus perseguidores) es arrumbarse en esa “noche cósmica” de la que Heidegger dice “es preciso que sea explotada y arrostrada por personas que estén dispuestas a llegar al fondo del abismo”.
Un hombre que cría un puerco “esa maquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo” en el baño de su casa; ese sitio símbolo de las intimidades coprófagas, (ya sabemos que un hombre que está criando un puerco en el baño de su casa, es alguien que cría cuervos en lo mas intimo de sus entrañas)
En fin, un hombre que habrá de enfrentarse a su homólogo ¿o no?; El cerdo, la Bestia y que ganador o perdedor, en la novela, gracias a un último elemento sorprendente, se alzará como alguien condenado de antemano, condenado desde antes de que toda la trama se pusiera en marcha sobre él, condenado a acostarse por última vez como un “caimán dormido”.
¿Dónde reside el verdadero enemigo? ¿Dónde la amenaza? Es algo que se pregunta página a página Ronaldo Menéndez en está novela de elementos que cobran su significación como se cobran las piezas los cazadores, en el momento justo, en el lugar exacto. Una novela desgarradora, violenta, de inquietante luz y oscuridad, sangrante, cínica a veces, otras, patética, pero siempre, continuamente, de ritmo desollado como la respiración de los corredores de fondo o de los ahorcados, de esos hombres que se atreven a cruzar el Hambre de su propio apetito, abisal apetito de Oscuridad.

viernes, 23 de febrero de 2007

Las Bestias, de Ronaldo Menéndez

Las bestias
Ronaldo Menéndez
Lengua de Trapo, 2006
144 páginas, 15.21 €




por MATEO DE PAZ




En la literatura cubana se ha hablado de la ciudad caribeña con alegría y desenfreno, con cierta nostalgia por lo que fue y nunca tuvo, mediante el humor absurdo o incluso a través del surrealismo. También se ha designado a Cuba sin nombrarla, haciendo que el lector digiera las sugerencias y los matices mediante la representación de un lugar en el mundo callando su nombre pero haciendo ver que se trata de lo que el lector sospecha e imagina. El hambre cubano nos ha llegado a través de televisores y de revistas, gracias a quienes lo han sufrido y ya no viven allí o a los turistas que lo han visto sin padecerlo. Las bestias, sin embargo, nos habla de un hambre especial y distinto, un hambre que nace en la «oscuridad de la incertidumbre» del ser humano: «En la ciudad nadie se había planteado que criar puercos en bañeras, techos, traspatios y armarios, carecía de urbanidad. Pero el meollo tenía raíces más profundas», comenta el narrador a propósito de la cría de cerdos. Esta simbología del hambre, puesta en contacto con la persecución del profesor Claudio Cañizares, hace que entendamos la novela como un intento por mostrar la desolación del pueblo dirigida desde un «gobierno absoluto» que domina todas las cosas. De hecho, al protagonista le será imposible imaginar la «causalidad» de las cosas que lo asedian hasta la desesperación y la angustia o por qué razón Jack y Bill, agentes de una Sociedad Secreta, lo persiguen para matarlo, cuando él mismo se identifica con un cero a la izquierda, con un ser anodino que vive al margen del ser o como un punto blanco sobre un fondo blanco. En realidad, lo único que guarda interés para el personaje es pasar desapercibido y continuar con las investigaciones que giran en torno a su tesis.

Por otro lado, los puercos que el vecindario cría en clandestinidad son alimentados mediante baldes de sancocho, de tal forma que a través de los restos de la poca comida puedan aprovecharse sus cuerpos para la alimentación humana, y otros usos. Estos usos están velados por el misterio que a lo largo de la obra estarán resueltos con la aparición del hambre y la curiosidad de Cañizares por saber la razón para su crimen. La etapa final, donde todos y cada uno de los fragmentos diseminados a lo largo de la obra encuentran su punto de justa resolución, es sorprendente y brillante. El hambre de la sociedad en que viven los personajes, en apariencia epidérmicos, y la paradoja que deviene con la aparición de algunos elementos tecnológicos encuentra una respuesta trascendental en la extinción de los gatos de tejado y la posterior desaparición del avestruz del zoo, alimentado y engordado por el propio director del parque para puchero de su familia. El hambre, como vemos, cumple una función esencial en la obra: es el móvil, motor y eje conceptual y crítico; aunque hiperbolizado en la desaparición de otras especies zoológicas: «El mal ejemplo cundió, y poco a poco fue diezmada la comunidad de cocodrilos, ciertas especies de monos, todas las aves, algún que otro camélido y otros herbívoros». En Las bestias, por tanto, la cría de cerdos para la supervivencia de una sociedad hambrienta y desposeída de libertad tiene una simbólica semejanza con la vigilancia y el exterminio del sujeto por una Sociedad Secreta. Mediante un lenguaje a veces extraño, lleno de atrevimientos y de torpezas lingüísticas («aquel gerundio de cadáver», los morenos que empiezan a «machihembrarse», un camarero «enclaudiomismado», «alcantarillamente bajos», etc.), pero explicado por la bruta personalidad de un «Gordo-escritor-traficante de armas y otros objetos (yo)» que pretende ser lo que no representa (un buen escritor), una serie de diapositivas polifónicas en su parte final, compuesta de un fragmento de tesis, un diario, un epílogo y la confesión de Bill a las puertas de su muerte, hacen de la novela, en definitiva, una suerte de compleja estructura narrativa que nos recuerda demasiado al arte cinematográfico.
 

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