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domingo, 7 de octubre de 2007

Pudor y dignidad - Dag Solstad

UN INSTANTE DE TEMBLOR

Pudor y dignidad - Dag Solstad
Pudor y dignidad
Dag Solstad
Otras lenguas. Lengua de trapo.
Madrid. 2007. 140 pag.

Ahora esta aquí, frente a nosotros tenemos al profesor Elias Rukla – “en el fondo un profesor de instituto cincuentón, algo alcoholizado, con una mujer que había ensanchado un poco demasiado”- y frente a él, sus alumnos que bostezan mientras el profesor – nuestro profesor de literatura Noruega, “cincuentón, algo alcoholizado”, con sus alumnos frente a él- explica el drama de Ibsen; El Pato Salvaje a sus alumnos – esos alumnos que frente a él bostezan- Y quizás esté diciéndoles que la obra trata de la pérdida de la mentira vital, como dice Reilling, uno de los personajes del drama – secundario personaje- “si quita usted la mentira vital a un hombre corriente le quita al mismo tiempo la felicidad” frase que el doctor Reilling (¿el portavoz o no de Ibsen?) en la obra dirige a otro personaje –quizás explique ahora nuestro profesor de literatura Noruega frente a sus alumnos que bostezan- (dará igual a que personaje pues en la obra todos viven de mentiras) aunque quizás no explique eso. No. Quizás – nuestro profesor- Se pregunte porqué Ibsen necesitaba a Reilling en el drama. ¡A Reilling! – Un personaje secundario que solamente se deja ver cuando descubrimos que es el frustrado pretendiente de otro personaje- Y quizás sea en este instante en el que nuestro profesor -como Reilling, con un ligero temblor o estremecimiento cuando entra en el drama- tenga la sensación de haber descubierto algo nunca antes visto y se esfuerce en hacérselo notar a sus alumnos – que están frente a él y que bostezan- Y entonces nuestro profesor diga a razón de Reilling; “¡Ahora está ahí. Atrapado por su amargo destino como el eterno y frustrado pretendiente de la señora Sorvy! ¡Aquí lo tenemos metido de lleno en el drama por primera y última vez!”
Y probablemente nuestro profesor – cincuentón, personaje secundario en su propia vida- esté mientras habla como Reilling está, metido de lleno en su propio drama -la fugacidad del tiempo, la caída de unos padres ideales, el desmoronamiento de la belleza, de una mujer que ahora es la suya, pero que antes lo fue de su mejor he idealizado amigo- por primera y última vez, metido de lleno en su propio drama.
Y es por eso –porque nuestro profesor nunca pensó en ese drama de Ibsen como ahora piensa- por lo que al salir al recreo y ver que su paraguas no se abre en modo alguno, romperá dicho objeto –un objeto que cubre, que tapa como la mentira tapa y los alumnos bostezan- a porrazo limpio contra el suelo del patio, saltará sobre él, y como un Pato salvaje – ante la mirada ahora alucinada de los alumnos que antes bostezaban- gritará a uno de ellos; - “¡Zorra! Cómete el bocadillo gorda sebosa!”- Y estará ahí –nuestro profesor- en su momento de temblor, como Reiling lo está cuando muestra su eterna figura de amante rechazado. Y echará andar por su Oslo y conforme avance – nuestro profesor, con la mano ensangrentada por el paraguas roto- rememorará toda su vida que cobrará un nuevo sentido – porqué Dag Solstad, el autor de esta novela otorgará a Elias como Ibsen a Reilling el don de la última palabra- en una última frase final que quizá este también ahí para ofrecerle – a nuestro profesor- “un momento de temblor frente a un destino congelado”: - Es terrible pero no hay camino de vuelta- Y será cierto. No lo habrá porqué los años han pasado y nada era como cabía esperar, o nada fue como se dijo.
Con una prosa obsesiva y circular, de ritmo travieso que se decanta a lo largo del texto, Dag Solstad, nos ofrece la historia de un desmoronamiento (el desmoronamiento de un hombre, de la sociedad en la que cree, de los valores que la integran). Una historia que ácida y mordaz se cuenta en un instante (ese de temblor) uno por el que pasa toda una existencia y que puede o no ser una relectura del Pato Salvaje (Dag Solstad utiliza la clase primera de la novela como si fuera la leyenda de un mapa, un mapa que será después la vida del profesor Elias Rouka) pero en la que mas vale que nosotros no bostecemos como sus alumnos, pues podríamos perdernos las claves para entender el que será (probablemente) nuestro propio desmoronamiento cuando el tiempo se cobre, de un solo plumazo, a quemarropa, a la vez todas sus víctimas.
Deberíamos quizás a veces de recordar, al idealizar nuestro universo, sus pactos representativos; “que una puerta es solo una puerta”. Como Solstad nos advierte en el primer párrafo “en el fondo era un profesor de instituto cincuentón, algo alcoholizado, con una mujer que había ensanchado un poco demasiado y con la que desayunaba todas las mañanas”.

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