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jueves, 27 de diciembre de 2007

Un clavo en el corazón - Paulo José Miranda


Paulo José Miranda, Un clavo en el corazón, Traducción de Antonio Sáez Delgado, Editorial Periférica, Cáceres, 2007.



Un clavo en el corazón no es solamente una novela, sino también una poética y una carta. La carta es un texto fragmentado enviado por Tiago da Silva Pereira a su amigo, el poeta portugués Cesário Verde, fallecido de tuberculosis en 1886, donde se recogen las ideas en torno a la poesía y la filosofía de ambos autores. Así, la filosofía de Tiago y la poesía de Cesário conforman el universo significativo de Un clavo en el corazón. Hay un poema que aparece en la obra como pretexto para su escritura, el titulado El sentimiento de un occidental. En él Cesário Verde analiza la sociedad portuguesa de fin del siglo XIX, algo que nos queda muy lejos. Sin embargo, lo importante de la obra es que se maneja un tema que ha sido tratado por muchos autores del XX: la desaparición del escritor a través de su escritura. Cuando ya Blanchot y tiempo después Paul Virilio tocaron el tema, cuando Kafka nos enseñó a pasar del yo al él y Vila-Matas en España a investigar en la desaparición del arte, del artista y del hombre, Cesário Verde se preguntaba mucho antes si en la luz podríamos desaparecer igual que lo hacemos en las sombras y si el artista existe cuando no está presente en las conversaciones de los demás. Un clavo en el corazón es una novela ágil y hermosa, con un lirismo desgarrador y cierta patología de artista que se pregunta por su situación en el mundo.

martes, 27 de noviembre de 2007

Hijos de la ficción

Antes de comenzar a leer “Nadie me mata” de Javier Azpeitia (Madrid, 1962), invito al lector a que dedique unos minutos a sí mismo. Le invito a que se coloque frente a un espejo y se mire fijamente a los ojos, a sus ojos, y a que repase detenidamente cada uno de los órganos que le componen y luego a todo su conjunto. Después de permanecer observándose durante algún tiempo, encare su reflejo, diríjase a él y hágale esta pregunta: ¿Quién soy? Si ésta le parece demasiado complicada, puede comenzar por ésta otra, más sencilla: ¿Qué soy? Ahora, ya se encuentra en buena disposición para despegar la cubierta de la novela que tiene entre sus manos y comenzar a leer.



La identidad, quizás no sea otra cosa que la correcta adecuación entre el cuerpo y la mente, y si el siglo XX sirvió, entre otras cosas, para agravar la falta de respuestas y crear más confusión sobre la concepción de un individuo, que se piensa a sí mismo y se pone en relación con el mundo circundante, hoy en día, la situación al respecto no es mucho mejor. Salman Rushdie ha definido al “Yo” moderno como: ”…un edificio tembloroso que construimos con retales, dogmas, injurias infantiles, artículos de periódico, comentarios casuales, viejas películas, pequeñas victorias, gente que odiamos o que amamos”. Y es precisamente esto lo que le ocurre al protagonista de la novela, un ser fragmentado, condenado a vagar eternamente de un cuerpo a otro. Obligado a reencarnarse una y otra vez por medio de la “metempsicosis”, término filosófico griego que sirvió para occidentalizar los procesos de la transmigración del alma, contemplados en las doctrinas orientales. Un individuo que se ve obligado a despertar cada vez dentro de alguien distinto a quien es él, sin la memoria de lo que antes fue y atormentado por la culpa de algo que no logra recordar, y cuya única referencia de identidad, es la que se va formando a través del cúmulo de experiencias y sensaciones adquiridas, tras el paso por el cuerpo de cada uno de los diferentes personajes que componen la novela y a la vez su vida. Un personaje, colocado sobre el tablero de un juego donde la casilla de salida se confunde con la de llegada, sin un final claro, sin ganadores o perdedores, cuyo único objeto es el de jugar, como el de la vida es el de vivir.

Una novela ésta, estructurada sobre ocho capítulos que a su vez representan ocho casillas del juego de la oca, por el que transitan sus personajes, y donde hasta el final del libro no queda claro quién es quien mueve las fichas y quién es el que tira los dados, porque como ya dijera Stephen Hawking rebatiendo la famosa afirmación de Albert Einstein: “Dios no sólo juega a los dados. A veces también echa los dados donde no pueden ser vistos”. Enfrentando así al protagonista y al lector seguidamente, a una nueva tesitura: somos hijos de un destino elegido al azar o por el contrario no somos más que el fruto de una sucesión de causas y efectos. El autor en la novela toma partido frente a esta cuestión como ya deja bien claro nada más empezar, en su dedicatoria del libro: “Para Lucía Azpeitia, que ya sabe elegir al azar y la importancia de ver la luna cada noche”, y luego por boca de uno de sus personajes cuando éste dice:“…tienes que elegir qué cosas están en el pasado y qué cosas están en el futuro, como si el tiempo no fuera un único fluido imparable… O también puedes jugar a otro juego más común, igual de divertido: es como si todo hubiera sucedido ya, y tú te dedicaras a buscar a los culpables, las cusas incausadas. Como si unas cosas sucedieran porque otras han sucedido. Es el gran juego de la ética, geometría pura, y te otorga la libertad, la alucinación del libre albedrío, al precio de la estupidez, ¡ja!…”. Y es que esta novela recoge los sinsabores del existencialismo que el siglo pasado vertió sobre todos nosotros, causando en los personajes la misma sensación de vacío y de vértigo al saberse estar flotando sobre la nada. Provocando el consiguiente mareo y su posterior Náusea, a la vez de la sensación de sentirse como permanente Extranjero, en un mundo que ya no se reconoce como propio. Pero lejos de construir así un relato desesperanzador, “Nadie me mata”, como ya apunta el título de la obra, extraído de uno de los pasajes de la Odisea y que forma parte del engaño con el que un hombre, Odiseo, consigue librarse de morir devorado por el gigante Polifemo, pretende ser una forma de librarse, a su vez, de esa pesada carga existencialista que pende sobre nosotros, que nos hace temer el final y no encontrar sentido a todo esto. Y es que una visión posisitivista del existencialismo no deja de ser un engaño que nos permite librarnos de lo incierto. Así, si efectivamente nuestro alrededor carece de sentido, por qué preocuparse por nada y no comenzar a vivir sin esas cargas que nos atormentan. “El juego de la oca representa la vida, pero no hay que interpretarlo, sino jugar. La vida hay que vivirla: ¡atrápala y no la sueltes! No importa lo que dure.” dicen durante uno de los pasajes del libro.

Los personajes aparecen construidos como un personaje de personajes, o lo que es lo mismo: un personaje que se crea y es, gracias a la existencia de los otros, como una suerte de monstruo de Frankenstien. De este modo, la unión entre lo formal y lo conceptual camina y funciona armónicamente dentro del texto. Formalmente, como acabamos de ver, mediante la transmigración de la mente del protagonista y su paso por cada uno de los otros personajes, y conceptualmente atendiendo a la idea de la existencia de un subconsciente colectivo que forma parte indiscutible de nuestra identidad como seres humanos. Que ratas en laboratorios, sometidas a ciertos experimentos de aprendizaje, aprendan y que estos conocimientos aprendidos sean transmitidos a su progenie de generación en generación no sólo en línea genética directa, sino a la totalidad de la especie, es una teoría científica que intenta probar uno de los personajes del libro por medio de dichos experimentos. Experimento que debería servir para cuestionarse dentro y fuera del libro, sobre si los seres humanos sufrimos esta misma dictadura de la memoria de la especie, ligada a la idea del inconsciente colectivo postulada por Carl Gustav Jung, como seña de identidad que nos domina a todos y que a la vez que sirve como el motor que impulsa la creación del yo individual, encapsulado dentro de un cuerpo. “El yo es una ilusión que anima a vivir, que mantiene con vida cada una de las partes de una suerte de enorme hormiguero…”

La única pega reprochable a la novela es su exigencia para con el lector, de quien no sólo reclama atención y concentración, sino el uso y el trabajo constante de la memoria, convirtiendo ésta, la memoria del lector, en un elemento formal del libro que sirve para colocarle, de igual a igual, en la misma tesitura en la que se encuentra el personaje principal, obligándole a tener que hacer el mismo esfuerzo, constantemente, de recordar para construir. En este caso para construir el rompecabezas de una angustiosa trama, que el autor hila perfectamente, sin que quede ningún cabo suelto o se le pueda tachar de incoherente. Cumpliendo perfectamente con los requisitos que hacen falta para trazar una historia a medio camino entre el género negro y el género fantástico, entre el modernismo y algunos tintes de post modernismo, que quedan reflejados en la construcción de un escenario - ciudad, Madrid año 2007, donde la población está siendo diezmada, poco a poco, por elementos que se escapan del aparente control humano, como una pandemia de gripe aviar o atentados y ataques imprevistos de organizaciones terroristas desconocidas. Una historia de la que es difícil despegar la mirada y que consigue atrapar al lector de tal manera, que casi impone la condición de tener que ser leída de un solo golpe. Pero sobre todo, y quizás sea esto lo que hace de la novela, una buena novela, es que no ofrece ninguna respuesta. Y no sólo no contesta nada, sino que plantea las mismas preguntas que hacen al ser humano ser lo que es, y además incluye otras nuevas. Nuevos interrogantes que se suman a la colección de incertidumbres con las que nos levantamos todos los días, siendo nosotros mismos u otros distintos. La duda de no saber si somos hijos de una ficción, y si es así, qué ficción, y quién la crea. ¿Nosotros?…



Otras referencias:
* Reseña de Rafael Reig en La Voz de Asturias

martes, 13 de noviembre de 2007

Erase una vez el tiempo

Resulta curioso que un país como el nuestro, tan dado a las antologías poéticas, no produzca más antologías como la que aquí nos ocupa, un proyecto de Ediciones Atlantis que sorprende por lo arriesgado de la apuesta y la audacia de haberla llevado efectivamente a cabo, más aún teniendo en cuenta la casi total escasez de posibilidades de publicación de un autor novel y sin padrinos en éste o en cualquier otro lugar del planeta. Tic-Tac. Cuentos y poemas contra el tiempo, reúne entre sus páginas a 60 autores, algunos de los cuales acreditan ya una sólida carrera literaria o, en el peor de los casos, un nombre lo suficientemente reconocido como para ser garantía de calidad en el mercado. Entre los primeros están nada menos que Espido Freire (El tiempo huye), el asturiano Rafael Reig (El tiempo sobre los manteles), el poeta y novelista Leopoldo Alas (biznieto de su homónimo y que participa con el poema (Una lengua común) o el cubano Ronaldo Menéndez (El efecto mariposa), todos ellos autores con obra publicada, relativamente jóvenes y a los que la crítica ha reconocido su contrastada valía. Entre los segundos, la artista Ouka Le(e)le o el polifacético Luis Eduardo Aute, quienes aportan a esta antología dos poemas inéditos (Del cuaderno de Cintra y Lo que sea, pero ya). Junto a ellos, nombres hasta ahora desconocidos como Alberto Massa, César González Álvaro, Julio Montesinos, José A. Gallardo o Guillermo Aguirre.
El tiempo como metáfora, como inevitable hilo conductor o como juego de espejos narrativos; el tiempo, en fin, como fundamento de la propia literatura (no olvidemos que es el tiempo, precisamente, aquello a lo que se enfrenta cualquier autor, y sus consecuencias lo que explora cualquier texto que pretenda considerarse literatura), es el punto de contacto entre los distintos relatos y poemas de la antología. Sin embargo, no es aquí –como ya se ha dicho- donde radica el verdadero interés de la misma, sino en el extenso listado de nombres nuevos que el editor se ha atrevido a colocar junto a aquellas “vacas sagradas”, todos ellos escritores desconocidos para el gran público, a pesar de que algunos hayan publicado ya sus primeras obras. Obviamente, el conjunto, como toda antología, es desigual, lo que no significa que carezca de hallazgos de una extraordinaria madurez literaria. Relatos como Capítulo de barro nº1, donde el madrileño Alberto Massa juega sin pudor a ser a la vez Pynchon y Cortazar; Errores de cálculo, en el que Cesar González Álvaro nos ofrece una moderna relectura del mito de Sísifo; Un cuento ruso, en el que Eduardo Vilas se acerca al juego de realidades de El capote de Gogol; Sobre arenas movedizas, de Guillermo Aguirre, una borjiana metáfora de la memoria personal; o, en fin, los futuristas Al contar mi historia el recuerdo, del bilbaíno Mateo de Paz o El tiempo y la guerra de J.D. Álvarez. Todos estos relatos, junto a los también excelentes Todos los palacios vacíos o Cuando Dios tira de un lado…, por citar apenas una pequeña muestra, conforman el núcleo fuerte de Tic-Tac, un libro que demuestra que es posible dar salida a apuestas literarias sin el apoyo de los grandes grupos de difusión, y que cuenta con la entusiasta participación de los profesores y estudiantes de Hotel Kafka, una escuela de escritura de reciente creación que ha venido a dinamizar con sus iniciativas el panorama cultural de nuestra capital. Ediciones Atlantis continúa, así (y ya van tres años de vida), su apuesta por la edición independiente regalándonos esta estupenda recopilación de autores propios y ajenos con la certeza de que, en todo caso, sólo “el tiempo es el mejor antologista, o el único tal vez…”.



Título:
Tic-Tac Cuentos y poemas contra el tiempo.
Género:
Narrativa
ISBN:
978-84-96621-61-9
Autor:
Varios: José Trujillo Priego, Rafael Reig, Eduardo Vilas, Ronaldo Menéndez, Mateo de Paz, Espido Freire, Luis Eduardo Aute, Guillermo de Roebruck, J. D. Álvarez, Leopoldo Alas, Ouka Leele, Estefanía Muñiz, Guillermo Aguirre, Jeny Schönberg, Francisco José Blanco Torres, David Ávila Sanz, Alberto Masa, Fran Meliá, Ángel Fernández de Marco, Manuel José Díaz Vázquez, Wallas Pravic, Rubén Darío, Antonio Castillo-Olivares Reixa, Celina Borja, Rodrigo del lago, Pilar Cruz Herrera, David Carril, José Manuel Cano Pavón, Rosa Cáceres, José A. Gallardo, Joaquim Pisa, Juan Antonio Pizarro Martín, Sergio García Reina, Ernesto Capuani, Antonio Ferrer, Santiago García Rey, Julio García Llopis, Pilar Sifas, Enrique Sánchez Elvira del Álamo, Enrique Fernández, Miguel F. Martín, Juan Carlos Nevado, Francisco Llorca, Alberto Almeida, Ángeles López Sánchez, Xavier Gassó Lorido, Carmina Vidal, Benito de la Calle Pascual, Luis Cabello Muñoz, Miguel Ángel Sánchez Fernández, Carlos López, Leonor Rudat, Luis Pérez Malpica, Ricardo Robla, Conchita Ximénez, Yolanda Hernández Villalón, Luis Moreno Carmenado, Luis Henares, César González Álvaro, Eva Martín Soler, Sonia Alonso Orfila.

domingo, 7 de octubre de 2007

Pudor y dignidad - Dag Solstad

UN INSTANTE DE TEMBLOR

Pudor y dignidad - Dag Solstad
Pudor y dignidad
Dag Solstad
Otras lenguas. Lengua de trapo.
Madrid. 2007. 140 pag.

Ahora esta aquí, frente a nosotros tenemos al profesor Elias Rukla – “en el fondo un profesor de instituto cincuentón, algo alcoholizado, con una mujer que había ensanchado un poco demasiado”- y frente a él, sus alumnos que bostezan mientras el profesor – nuestro profesor de literatura Noruega, “cincuentón, algo alcoholizado”, con sus alumnos frente a él- explica el drama de Ibsen; El Pato Salvaje a sus alumnos – esos alumnos que frente a él bostezan- Y quizás esté diciéndoles que la obra trata de la pérdida de la mentira vital, como dice Reilling, uno de los personajes del drama – secundario personaje- “si quita usted la mentira vital a un hombre corriente le quita al mismo tiempo la felicidad” frase que el doctor Reilling (¿el portavoz o no de Ibsen?) en la obra dirige a otro personaje –quizás explique ahora nuestro profesor de literatura Noruega frente a sus alumnos que bostezan- (dará igual a que personaje pues en la obra todos viven de mentiras) aunque quizás no explique eso. No. Quizás – nuestro profesor- Se pregunte porqué Ibsen necesitaba a Reilling en el drama. ¡A Reilling! – Un personaje secundario que solamente se deja ver cuando descubrimos que es el frustrado pretendiente de otro personaje- Y quizás sea en este instante en el que nuestro profesor -como Reilling, con un ligero temblor o estremecimiento cuando entra en el drama- tenga la sensación de haber descubierto algo nunca antes visto y se esfuerce en hacérselo notar a sus alumnos – que están frente a él y que bostezan- Y entonces nuestro profesor diga a razón de Reilling; “¡Ahora está ahí. Atrapado por su amargo destino como el eterno y frustrado pretendiente de la señora Sorvy! ¡Aquí lo tenemos metido de lleno en el drama por primera y última vez!”
Y probablemente nuestro profesor – cincuentón, personaje secundario en su propia vida- esté mientras habla como Reilling está, metido de lleno en su propio drama -la fugacidad del tiempo, la caída de unos padres ideales, el desmoronamiento de la belleza, de una mujer que ahora es la suya, pero que antes lo fue de su mejor he idealizado amigo- por primera y última vez, metido de lleno en su propio drama.
Y es por eso –porque nuestro profesor nunca pensó en ese drama de Ibsen como ahora piensa- por lo que al salir al recreo y ver que su paraguas no se abre en modo alguno, romperá dicho objeto –un objeto que cubre, que tapa como la mentira tapa y los alumnos bostezan- a porrazo limpio contra el suelo del patio, saltará sobre él, y como un Pato salvaje – ante la mirada ahora alucinada de los alumnos que antes bostezaban- gritará a uno de ellos; - “¡Zorra! Cómete el bocadillo gorda sebosa!”- Y estará ahí –nuestro profesor- en su momento de temblor, como Reiling lo está cuando muestra su eterna figura de amante rechazado. Y echará andar por su Oslo y conforme avance – nuestro profesor, con la mano ensangrentada por el paraguas roto- rememorará toda su vida que cobrará un nuevo sentido – porqué Dag Solstad, el autor de esta novela otorgará a Elias como Ibsen a Reilling el don de la última palabra- en una última frase final que quizá este también ahí para ofrecerle – a nuestro profesor- “un momento de temblor frente a un destino congelado”: - Es terrible pero no hay camino de vuelta- Y será cierto. No lo habrá porqué los años han pasado y nada era como cabía esperar, o nada fue como se dijo.
Con una prosa obsesiva y circular, de ritmo travieso que se decanta a lo largo del texto, Dag Solstad, nos ofrece la historia de un desmoronamiento (el desmoronamiento de un hombre, de la sociedad en la que cree, de los valores que la integran). Una historia que ácida y mordaz se cuenta en un instante (ese de temblor) uno por el que pasa toda una existencia y que puede o no ser una relectura del Pato Salvaje (Dag Solstad utiliza la clase primera de la novela como si fuera la leyenda de un mapa, un mapa que será después la vida del profesor Elias Rouka) pero en la que mas vale que nosotros no bostecemos como sus alumnos, pues podríamos perdernos las claves para entender el que será (probablemente) nuestro propio desmoronamiento cuando el tiempo se cobre, de un solo plumazo, a quemarropa, a la vez todas sus víctimas.
Deberíamos quizás a veces de recordar, al idealizar nuestro universo, sus pactos representativos; “que una puerta es solo una puerta”. Como Solstad nos advierte en el primer párrafo “en el fondo era un profesor de instituto cincuentón, algo alcoholizado, con una mujer que había ensanchado un poco demasiado y con la que desayunaba todas las mañanas”.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Dejen todo en mis manos - Mario Levrero

Mario Levrero
DEJEN TODO EN MIS MANOS
Caballo de Troya, 2007
121 páginas, 11.90 €

por MATEO DE PAZ

La obra de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2002), como la de Kafka, está impregnada por el espíritu de su época, que es la nuestra. En Dejen todo en mis manos, por ejemplo, Levrero da cuenta de la labor austera y solitaria del escritor, no siempre reconocida, que se ve obligado a regalar casi el trabajo de años por tener algo que llevarse a la boca: «Tengo los bolsillos vacíos ––dice a su editor––. Necesito algo ya mismo. Dame un adelanto de mil dólares y quedate con los derechos». La trepidante velocidad narrativa de los acontecimientos hace que la novela (que al principio parece tener como asunto más importante la publicación de la obra del escritor fracasado, del narrador) recorra el camino de la investigación. Al final, ese mismo escritor deshecho por el fracaso, y del que no sabemos su nombre, acepta investigar el paradero del autor de una obra ––sin título y sin remite, escrita bajo seudónimo–– debido a que en Montevideo «no existe la profesión de escritor, y el escritor está obligado a hacer cualquier cosa, excepto ––naturalmente––, escribir, si quiere continuar sobreviviendo». En realidad, lejos de lo que el narrador esperaba, su novela no solamente ha sido olvidada por los editores, «el Gordo» y «el viejo», sino que para que se lea deberá aceptar ese trabajo detectivesco: viajar hasta Penurias y localizar a un tal Juan Pérez, supuesto autor de una «obra maestra, probablemente la mayor escrita sobre este suelo».


En un breve ensayo reciente, el crítico literario Ignacio Echevarría hablaba de la obra de Levrero como de «la búsqueda de la salvación del Espíritu», pero no como en Musil, donde hay una búsqueda en el espacio del «mundo moderno», sino más bien del espacio de la personalidad rara, extravagante y difícil del propio Levrero. En cierto sentido Echeverría tiene razón al decir que el autor uruguayo «no tiene empacho en exhibirse a sí mismo como un hombre –él sí– carente por completo de los atributos idóneos para abrirse paso en el mundo moderno, del cual, por otro lado, se desentiende soberanamente, embarcado como está en una despiadada, radical y desternillante introspección». Después de leer todo Onetti ––y entender que la obra de Mario Levrero es un sumando más que se añade a una línea concreta, la de la desesperación en un espacio asfixiante y cerrado, y que no carece de aportaciones peculiares en la literatura uruguaya posterior al autor de La vida breve o El astillero––, me he dado cuenta de que el espíritu de Dejen todo en mis manos se mueve entre dos tipos de espíritu: el del mundo moderno y el del propio Levrero. Ambos escritores, Onetti y Levrero, comparten en su literatura, en su escritura, la labor austera y solitaria del escritor, no siempre reconocida, y la asfixiante dificultad que encontramos para abrirnos paso en el mundo moderno.

Dejen todo en mis manos está escrita en un estilo sencillo y vigoroso, tal y como se dice que está escrita la novela de Juan Pérez. Por esta razón ––a veces–– el lector confunde ambas obras, se acercan y se cruzan: en las dos se narra lo que ve, siente y observa el propio sujeto del libro ––como en un ensayo––, un protagonista que es «más bien contemplativo»; en ellas se cuestiona el papel del escritor como testigo de una sociedad inculta y vacía; en ambas el reconocimiento final parece tener su razón de ser en la profesión elegida. La obra de Juan Pérez habla de la sucesiva precipitación hacia el vacío de las instituciones, los valores, la economía y, sobre todo, la cultura, en un lugar, Penurias ––parábola del mundo––, donde nadie lee y, por supuesto, donde nadie escribe. Otro dato más: Dejen todo en mis manos también está escrita con el mismo miedo de quien entrega su novela sin remite y bajo seudónimo: «el sobre no traía remitente. El matasellos correspondía a una pequeña ciudad del interior que llamaré Penurias (y lo digo al pasar: he cambiado todos los nombres y apodos de personas, lugares y países, para no lesionar a nadie), y la novela estaba firmada por Juan Pérez (...) Juan Pérez es un seudónimo».

Finalmente, para la crítica, la obra de Levrero es inclasificable y anómala, como la del protagonista, «buena, pero…», una obra que se mueve entre el relato policíaco, el ensayo y la novela ontológica. Dejen todo en mis manos es hermosa, significativa y trascendente. La novela de Mario (Jorge) Levrero (Varlotta) no sólo nos hace pasar un buen rato, sino que además aporta las claves para entender una parte del espíritu salvaje de nuestra época y las “penurias” por las que debe pasar el escritor si quiere ver publicada su obra.

miércoles, 22 de agosto de 2007

El hombre y la bestia ¿su homólogo?

Las bestias
Ronaldo Menéndez
Lengua de Trapo, 2006
144 páginas, 15.21 €





Dicho así uno podría pensar que se trata de un documental de animales, y en parte lo es, en esa parte en la que nuestra propia existencia tiene algo de documental de animales (nos enfrentamos, sentimos miedo ante el peligro y podemos sobreponernos con el ataque) pero no, se trata de el nombre que le pongo a esta reseña de la última novela de Ronaldo Menéndez (La Habana 1970) titulada y no sin razón; “Las Bestias”.
De ella y de su género “negro” (existe una trama criminal, existe Cuba) se ha dicho que recuerda al lenguaje cinematográfico. Se ha hablado de Tarantino, y es cierto que el ritmo de la novela es trepidante, que la aparición de la trama In media res (Un apocado y triste profesor de filosofía que descuelga el teléfono para escuchar conversaciones cruzadas asiste a la planificación por parte de dos sujetos desconocidos de su propio asesinato) coloca al lector desde la primera página dentro del tejido celular, sangrante y oscuro de esa acción directa que caracteriza a algunas películas.
Pero hay más. Sabemos que hay más:
Está el hambre, un hambre que es de un pueblo, Cuba, “que manda a sus vástagos avituallados” para pescar con caña gatos desde los tejados. Una Cuba que en ningún momento es nombrada (que juega al dominó en sus esquinas) para que ese hambre trascienda y se generalice como el hambre de todos los pueblos oprimidos, y en último caso sea el Hambre, con mayúscula, de un hombre, nuestro profesor, Claudio Cañizares, que es también símbolo del estado, que acabará, desde su primera y primitiva ingenuidad, convertido en opresor en “El arma humana en dos patas”.
Un Hambre filosófica e existencial, el Hambre de un Hombre (nuestro profesor de Filosofía, Claudio Cañizares, “anodino pajero y solitario”) que pretende vorazmente acometer una tesis doctoral de la Oscuridad, también con mayúscula, y que lo que consigue (empujado por sus perseguidores) es arrumbarse en esa “noche cósmica” de la que Heidegger dice “es preciso que sea explotada y arrostrada por personas que estén dispuestas a llegar al fondo del abismo”.
Un hombre que cría un puerco “esa maquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo” en el baño de su casa; ese sitio símbolo de las intimidades coprófagas, (ya sabemos que un hombre que está criando un puerco en el baño de su casa, es alguien que cría cuervos en lo mas intimo de sus entrañas)
En fin, un hombre que habrá de enfrentarse a su homólogo ¿o no?; El cerdo, la Bestia y que ganador o perdedor, en la novela, gracias a un último elemento sorprendente, se alzará como alguien condenado de antemano, condenado desde antes de que toda la trama se pusiera en marcha sobre él, condenado a acostarse por última vez como un “caimán dormido”.
¿Dónde reside el verdadero enemigo? ¿Dónde la amenaza? Es algo que se pregunta página a página Ronaldo Menéndez en está novela de elementos que cobran su significación como se cobran las piezas los cazadores, en el momento justo, en el lugar exacto. Una novela desgarradora, violenta, de inquietante luz y oscuridad, sangrante, cínica a veces, otras, patética, pero siempre, continuamente, de ritmo desollado como la respiración de los corredores de fondo o de los ahorcados, de esos hombres que se atreven a cruzar el Hambre de su propio apetito, abisal apetito de Oscuridad.

domingo, 22 de julio de 2007

Espacios translúcidos - Clara Janés

ESPACIOS TRANSLÚCIDOS
Clara Janés
Editorial Casariego. Madrid, 2007.
ISBN: 84-86760-80-1
Precio: 25,00 €
72 páginas

Clara Janés (Barcelona, 1940), poeta de larga trayectoria --su primer libro Las estrellas vencidas, fue publicado en 1964-- manifiesta en Espacios Translúcidos una peculiar escritura, caracterizada por la levedad y la mirada contemplativa, donde la luz y el color, la poesía, la fotografía y la tinta de palabras y dibujos interaccionan entre sí.


Entre imágenes caracterizadas por la blancura del albedo y espacios que evocan a Tarkovski, Clara intercala una poesía conectada por su espiritualidad con Holan y San Juan de la Cruz y con la musicalidad de la poesía medieval persa.

"Sí, el espacio, el tiempo, la casualidad, son formas de la conciencia, y la esencia de la vida está más allá de esas formas." (A. Tarkovski)

Tal y como indica en el prólogo Mariosa Scaramuzza, el leitmotiv de este peculiar diálogo entre la imagen y la palabra es la Luz. Poesía del alba, que a la vez es hermética, constituída por reflejos y por la transparencia del aire y el agua.

"¿qué fue de aquel bosque de altísimos pinos silenciosos que se desprendían de copos de corteza como manso, armonioso tributo a la gravedad sin que su fuerza ascensional mermara? De no se por esa leve caída, se diría un proyecto de eternidad: intersección entre verticales de luz y horizontal del vuelo de una mariposa."

Así comienza un libro que termina entre la plegaria del amanecer y la belleza del fuego de Plotino.
 

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