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domingo, 30 de septiembre de 2007

Dejen todo en mis manos - Mario Levrero

Mario Levrero
DEJEN TODO EN MIS MANOS
Caballo de Troya, 2007
121 páginas, 11.90 €

por MATEO DE PAZ

La obra de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2002), como la de Kafka, está impregnada por el espíritu de su época, que es la nuestra. En Dejen todo en mis manos, por ejemplo, Levrero da cuenta de la labor austera y solitaria del escritor, no siempre reconocida, que se ve obligado a regalar casi el trabajo de años por tener algo que llevarse a la boca: «Tengo los bolsillos vacíos ––dice a su editor––. Necesito algo ya mismo. Dame un adelanto de mil dólares y quedate con los derechos». La trepidante velocidad narrativa de los acontecimientos hace que la novela (que al principio parece tener como asunto más importante la publicación de la obra del escritor fracasado, del narrador) recorra el camino de la investigación. Al final, ese mismo escritor deshecho por el fracaso, y del que no sabemos su nombre, acepta investigar el paradero del autor de una obra ––sin título y sin remite, escrita bajo seudónimo–– debido a que en Montevideo «no existe la profesión de escritor, y el escritor está obligado a hacer cualquier cosa, excepto ––naturalmente––, escribir, si quiere continuar sobreviviendo». En realidad, lejos de lo que el narrador esperaba, su novela no solamente ha sido olvidada por los editores, «el Gordo» y «el viejo», sino que para que se lea deberá aceptar ese trabajo detectivesco: viajar hasta Penurias y localizar a un tal Juan Pérez, supuesto autor de una «obra maestra, probablemente la mayor escrita sobre este suelo».


En un breve ensayo reciente, el crítico literario Ignacio Echevarría hablaba de la obra de Levrero como de «la búsqueda de la salvación del Espíritu», pero no como en Musil, donde hay una búsqueda en el espacio del «mundo moderno», sino más bien del espacio de la personalidad rara, extravagante y difícil del propio Levrero. En cierto sentido Echeverría tiene razón al decir que el autor uruguayo «no tiene empacho en exhibirse a sí mismo como un hombre –él sí– carente por completo de los atributos idóneos para abrirse paso en el mundo moderno, del cual, por otro lado, se desentiende soberanamente, embarcado como está en una despiadada, radical y desternillante introspección». Después de leer todo Onetti ––y entender que la obra de Mario Levrero es un sumando más que se añade a una línea concreta, la de la desesperación en un espacio asfixiante y cerrado, y que no carece de aportaciones peculiares en la literatura uruguaya posterior al autor de La vida breve o El astillero––, me he dado cuenta de que el espíritu de Dejen todo en mis manos se mueve entre dos tipos de espíritu: el del mundo moderno y el del propio Levrero. Ambos escritores, Onetti y Levrero, comparten en su literatura, en su escritura, la labor austera y solitaria del escritor, no siempre reconocida, y la asfixiante dificultad que encontramos para abrirnos paso en el mundo moderno.

Dejen todo en mis manos está escrita en un estilo sencillo y vigoroso, tal y como se dice que está escrita la novela de Juan Pérez. Por esta razón ––a veces–– el lector confunde ambas obras, se acercan y se cruzan: en las dos se narra lo que ve, siente y observa el propio sujeto del libro ––como en un ensayo––, un protagonista que es «más bien contemplativo»; en ellas se cuestiona el papel del escritor como testigo de una sociedad inculta y vacía; en ambas el reconocimiento final parece tener su razón de ser en la profesión elegida. La obra de Juan Pérez habla de la sucesiva precipitación hacia el vacío de las instituciones, los valores, la economía y, sobre todo, la cultura, en un lugar, Penurias ––parábola del mundo––, donde nadie lee y, por supuesto, donde nadie escribe. Otro dato más: Dejen todo en mis manos también está escrita con el mismo miedo de quien entrega su novela sin remite y bajo seudónimo: «el sobre no traía remitente. El matasellos correspondía a una pequeña ciudad del interior que llamaré Penurias (y lo digo al pasar: he cambiado todos los nombres y apodos de personas, lugares y países, para no lesionar a nadie), y la novela estaba firmada por Juan Pérez (...) Juan Pérez es un seudónimo».

Finalmente, para la crítica, la obra de Levrero es inclasificable y anómala, como la del protagonista, «buena, pero…», una obra que se mueve entre el relato policíaco, el ensayo y la novela ontológica. Dejen todo en mis manos es hermosa, significativa y trascendente. La novela de Mario (Jorge) Levrero (Varlotta) no sólo nos hace pasar un buen rato, sino que además aporta las claves para entender una parte del espíritu salvaje de nuestra época y las “penurias” por las que debe pasar el escritor si quiere ver publicada su obra.
 

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